miércoles, 7 de septiembre de 2011

Viviendo entre auténticos monstruos

Jamás hablo de sucesos. Mi cuerpo no está hecho para ellos. Tampoco puedo ir al cine a ver según qué tipo de largometrajes en los que la violencia y los abusos brutales formen parte fundamental de la cinta. Ni mi estómago me lo permite ni me compensa el mal rato que paso cuando se supone que lo que pretende una es disfrutar durante un par de horas de una buena historia, un buen guion y unos profesionales actores que te la cuentan con la mayor credibilidad posible.

Pues hoy lo voy a hacer. Todavía con el café paseándose por mi cuerpo tras leer la noticia, apenas puedo tocar el teclado sin aporrearlo agresivamente por la rabia que siento. Llamadme visceral, que lo soy, llamadme temperamental, que también.

Titular que leo: "Procesan a tres hombres que intercambiaron a sus hijas y sobrinas para violarlas". No hace falta profundizar demasiado en la noticia para sentir una impotencia absoluta, un total desgarro emocional al pensar en las criaturas indefensas que han tenido la mala fortuna de nacer entre monstruos, con unos padres y familiares como la encarnación del auténtico mal y con unas madres que han consentido todo demostrando ser las verdaderas enviadas del Diablo que se pasea tan campante por el puente de Triana.

¿Quien dijo aquéllo de que no se podía legislar en caliente? ¿Cuándo, entonces, se considera un buen momento para ello? Porque una servidora, fría, lo que se dice fría no llega a estarlo jamás.

Estas personas no pueden circular por la vida en libertad. Ninguno de los implicados, de ningún modo. Ni medio segundo a la espera de nada. Deben permanecer encerradas de por vida, pagando cada minuto de su tiempo por haber destrozado física y psicológicamente a unas niñas indefensas que jamás podrán llevar una vida normal tras haber sentido tan de cerca el fétido aliento del mal.

Todo lo demás, medias tintas. La justicia es lo que acaba determinando el funcionamiento democrático de una sociedad. Y en estos y otros casos, ha de ser implacable. Sin fisuras ni contemplaciones.

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