
La edición de diciembre-enero de Vogue Francia nos muestra a unas niñas de siete años, maquilladas y vestidas de manera provocativa, sensual y seductoras. El universo para los paidófilos, sin ir más lejos.
En esta edición, agotada al poco tiempo de salir a la calle, las niñas aparecen posando y luciendo joyas de Bulgari o Boucheron y subidas a tacones de aguja de Balmain o Louboutin.
Otra vez más se plantea el gran debate sobre los límites de la libertad y este caso, de la creatividad. Por un lado, la lucha sin cuartel -y así debe ser- contra los adultos con tendencias pederastas, y de repente, niñas escotadas vestidas con estampados leopardiles como gancho de no sabemos qué. Porque ignoro quienes pueden formar parte de ese target, a pesar de que se haya agotado la edición.
Más allá de rozar o no actitudes delictivas, es un atentado al buen gusto y al sentido común. Y las madres de esas niñas, que estén un poquito más atentas a lo que les proponen sus respectivas agencias. Porque, al fin y al cabo, las víctimas, como de costumbre, son ellas. Sus hijas.
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